La idea de crear una organización de Regiones nació justo a mediados de la década de 2000, a raíz de una reflexión de la CRPM y de otras asociaciones de ciudades y regiones de Europa y de fuera; y, gracias al avance significativo de muchos de proyectos internacionales de cooperación y de asociación, fue seguida y apreciada por el PNUD y por la Comisión Europea. Hoy en día nos encontramos en una fase de fuerte reflujo centralista, un poco en todas partes, pero en aquellos años todavía se presionaba para lograr una descentralización solidaria, eficiente, capaz de implicar a las fuerzas vivas de los territorios en las políticas nacionales y comunitarias.
La concepción de lo que sería más tarde el Fogar tuvo lugar en Marsella en marzo de 2007, donde se celebraba -gracias a los esfuerzos del entonces presidente de la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, Michel Vauzelle- la "Primera Convención Internacional para un enfoque territorial del desarrollo”.
Volveré más adelante a esta importante reunión, pero me gustaría hablar primero del periodo de estudio y preparación que condujo, a nivel cultural y programático, a los resultados de Marsella. Me refiero al Seminario sobre "Las Regiones y la Globalización", que se celebró en las Azores en junio de 2006.
Esa cita, que hoy resulta verdaderamente visionaria y profética, fue concebida y preparada por el personal técnico de la CRPM y su entonces secretario general, el fallecido Xavier Gizard, hombre de gran pasión europeísta y cooperativa que aún recuerdo con emoción.
Todavía recuerdo los argumentos que utilizamos en ese seminario para apoyar la necesidad de un 'papel global' de las Regiones. Nuestro discurso tenía tres puntos principales. En primer lugar, había un problema institucional. En un mundo en el que todo cambiaba y adquiría una dimensión mundial, nos encontramos con que la democracia, la política y las instituciones no eran capaces de seguir la velocidad y la presencia del mercado y de las finanzas. Esto creaba un desequilibrio entre la gobernanza económica y financiera y la institucional y democrática, lo cual impedía que las regiones desempeñaran adecuadamente su función. Fue una gran dificultad, que debíamos afrontar trabajando en una reforma general de las Naciones Unidas y apoyando las razones históricas de la descentralización y el regionalismo.
Luego estaba la cuestión de la relación entre la dimensión global y la regional. Era obvio para todos que se estaba creando una especie de "desplazamiento pendular", más o menos así: cuanto más nos dirigíamos hacia la dimensión global, hacia la estandarización del mundo, de sus productos, costumbres, estilos de vida; más reaparecía la necesidad de una identidad local o regional, de preservar las diferencias, la especificidad… en un sentido amplio, la "biodiversidad". En un sentido general, decíamos que en un mundo donde las diferencias se consideraban como un obstáculo a la uniformidad globalizada, las regiones mostraban por el contrario la viabilidad, la utilidad y la necesidad de la diversidad y la identidad local. Esta riqueza de la experiencia sólo podía tener un resultado positivo. Y la regionalización era, en términos institucionales y sociales, contraria al pensamiento único que sostenía la dimensión económica y financiera de globalización.
Por último, el tercer punto: el hincapié en el hecho de que, para lograr un desarrollo económico, social y cultural de calidad, se necesita una mayor cooperación y colaboración, así como una política de vecindad entre las diferentes regiones, en todos los continentes y también entre continentes. Nos dimos cuenta de que, por separado, las regiones no tenían la capacidad de resolver sus problemas.
Los principales desafíos planteados por el cambio climático, la migración, las nuevas emergencias sociales y los desequilibrios de desarrollo no se pueden afrontar a nivel local, sino que requieren una visión más amplia e instrumentos supranacionales.
Con estas nuevas ideas, ambiciosas y dinámicas, concluimos el Seminario de Ponta Delgada, en las Azores. Fueron reafirmadas por las intervenciones de Manuel Barroso, Michel Barnier, Christophe Nuttal, y por el mensaje de Kofi Annan, entonces Secretario General de la ONU.
Nueve meses después estábamos en Marsella. Fue emocionante ver la sintonía entre los representantes de las regiones de todos los continentes. Desde Marruecos hasta Indonesia, desde Argentina hasta el Ártico, de Canadá a la Toscana. Fue una reunión muy constructiva, llena de entusiasmo y de la convicción de que el lugar de las Regiones no era sólo en su país, sino también en la arena internacional. En ese momento, fueron de gran ayuda personas como la Comisaria Danita Hubner, siempre atentas a las razones de los niveles institucionales territoriales.
Al final del intenso debate, se elaboró un documento que aún vale la pena volver a leer, porque es rico en análisis, propuestas y compromisos para promover un desarrollo duradero y sostenible en términos medioambientales, sociales y culturales.
Los representantes de las regiones de todo el mundo decidieron, al final de la reunión, constituir un comité organizador para la creación de una asociación mundial, nominándome primer presidente de dicha Asociación. Fue para mí una gran responsabilidad, pero también una gran alegría. Me ofrecía la oportunidad de trabajar en algo aún más grande e importante, puesto que todavía quedaba mucho por hacer en la defensa del papel de las regiones.
A finales de agosto del mismo 2007 nos encontramos en Ciudad del Cabo, África del Sur, para fundar oficialmente la nueva Asociación. Nos recibió con gran cortesía Tasneem Essop, miembro del Low Carbon Frameworks del WWF, que había estado entre nosotros en Marsella. Abordamos en profundidad las razones por las cuales la cooperación y la cohesión territorial eran vitales en la era de la globalización.
La idea de utilizar el nombre de FOGAR, Foro Global de Asociaciones de Regiones surgió en una conversación entre Gizard y yo. Me complace constatar que esta sigla ha resistido hasta hoy, aunque con los cambios necesarios.
Después de Ciudad del Cabo, recuerdo otros momentos importantes y de gran profundidad de contenido. En mayo de 2008 nos encontramos en Tánger, Marruecos, para seguir tratando los temas abordados en Marsella y para hablar, sobre todo con las regiones de África, del desarrollo equilibrado y cooperativo. En octubre de 2008 fue el turno de Saint-Malo, Bretaña, donde nos ocupamos a fondo del cambio climático y de la problemática de la adaptación de las políticas, así como de la relación entre las regiones y el poder.
Un año más tarde estábamos en Whitehorse, en el magnífico Yukón canadiense, para reflexionar, junto con las regiones del Northern Forum, sobre la crisis global, su impacto en los territorios y las acciones que deben tomarse para salir de ella.
A partir del año 2009, empezamos a trabajar en el derecho fundamental a la alimentación y en la reactivación de la agricultura sostenible. Nos quedamos muy impresionados por los movimientos populares contra el hambre y la falta de alimentos. Aconsejo leer al respecto el documento de la Asamblea del Fogar en Florencia (marzo de 2009), las conclusiones del Buró Político celebrado en Dakar en enero de 2010 y los materiales de nuestra colaboración con la FAO, que consideró el FOGAR como uno de los socios más fiables para concretar las nuevas políticas alimentarias.
Mi último compromiso con el FOGAR fue la reunión de Manta, Ecuador, en julio de 2010. Ya no ostentaba el cargo de presidente de la Toscana y, por lo tanto, ya no podía representar a mi gobierno regional. En esa reunión pasé el testigo de presidente del Fogar a Michel Vauzelle, quien se reunió con los nuevos responsables regionales, como Paúl Carrasco, de la Provincia del Azuay, que fue a su vez presidente después de Vauzelle.
Al saludar fraternalmente al nuevo presidente, el marroquí Abdessamad Sekkal, quiero expresar mi agradecimiento a todos los que han contribuido al nacimiento del Fogar. De todas mis experiencias institucionales a nivel internacional, ésta ha sido sin duda la más corta, pero también la más interesante. Tengo nostalgia de aquellos buenos tiempos que suponían "pensar a largo plazo" y emprender acciones de gran envergadura, que superan la asfixia de la política local.
Sigo convencido de que las regiones tienen mucho que decir sobre el desarrollo sostenible e inclusivo, puesto que son la pieza central entre la esfera territorial y la general; son el instrumento más cercano a las fuerzas vivas de la sociedad y el mejor equipado para movilizarlas para alcanzar los objetivos más ambiciosos.
Le deseo otros diez años de éxito, que seguiré como siempre con simpatía.