Pacto contra la hidra

Héctor Olimpo Espinosa

Gobernador de Sucre, Colombia.

 

Les traigo noticias de un país que, tristemente, podría ser uno de los que más autoridad tendría para hablar del tema que se ha hablado en la Cumbre de los ODS en Naciones Unidas.

En Colombia, en efecto, hemos pasado por todas las formas de violencia, desde del encontronazo cultural que marcó la llegada de los conquistadores hasta la acentuación de un conflicto armado que enfrentó a paramilitares, guerrilleros y narcotraficantes, pasando por la violencia política que en muchas regiones exterminó a simpatizantes y líderes de partidos.

Según la Comisión de la Verdad, solamente entre 1985 y 2018 se registraron en Colombia al menos 800.000 homicidios, que es como haber eliminado de un tajo a la población de Guyana, Bután o Luxemburgo.

Pero las víctimas del desplazamiento forzoso sumaron 7.7 millones, como si, de la noche a la mañana, todos los habitantes de Nicaragua, El Salvador o Uruguay hubieran tenido que huir de sus casas para refugiarse en otros territorios.

Dice alguna presunción sociológica que las sociedades paren un auténtico líder cada 50 años; entre 1987 y 1995, en nuestro país nos permitimos el asesinato de cinco candidatos presidenciales, para no hablar de los 160 líderes sociales que han caído en los últimos dos años.

Lo hemos intentado todo: el fortalecimiento de las acciones militares, el empoderamiento de la sociedad civil, una veintena de procesos de paz… pero aún seguimos aprendiendo las lecciones, y tratando, como Martin Luther King, de alzar el principio del amor en el centro de la no violencia.

Nuestra dolorosa realidad podría no ser diferente a la de muchas otras regiones, si nos atenemos a la tasa de homicidios de 2019: mientras el indicador global fue de 6.1 por cada 100 mil habitantes, el de África fue de 13, y el de América Latina, de 17, 2.

En estas estadísticas frías, media, a la sazón de lo que nos ha pasado en Colombia, un coctel de circunstancias que ubican a muchos de nosotros y de ustedes, como partes de una generación de violencias sucesivas, abrigada por sentimientos de pesimismo o desazón de nuestra sociedad, cada vez más propensa a la ansiedad, el estrés y la depresión.

Y quiero detenerme, precisamente en América Latina, nuestra región, solo para dejar unas reflexiones que deben encender las alarmas y propiciar acciones efectivas desde este foro tan importante. 

Nuestra región agrupa solo el 8% de la población mundial. No obstante, aquí se registra el 44% de los homicidios mundiales. Y en gran medida, esta alta tasa de criminalidad y violencia tiene su origen en la desigualdad, la exclusión social y la falta de oportunidades. 

Adolescentes y jóvenes se acercan a estos grupos de narcotráfico y delincuencia en búsqueda de oportunidades para generar ingresos, reconocimiento, respeto, protección y sentido de pertenencia, algo que, lamentablemente no consiguen de otro modo, ni con los gobiernos.

En otras despiadadas formas hay factores perturbadores que generalmente están gravitados por la ambición política o la ambición económica. Dando lugar a grupos alzados en armas, terroristas, mafias del narcotráfico o bandas criminales, para no entrar en la semántica particular de cada país.

Pongamos el fenómeno en su justa medida: aquí no hay microtráfico sino narcotráfico, y no enfrentamos bandas sino organizaciones, pues las macroactuaciones, que están lejos de ser marginales, han hecho de la criminalidad una especie de Hidra de Lerna de la mitología griega: cuando le cortamos una cabeza le aparecen dos.

No quiero entrar en el debate de la culpa transnacional; tampoco voy a excluir de responsabilidad a los países que hemos contribuido desde nuestras propias circunstancias, a la atmósfera de violencia de la región.

Estamos en un enfoque puramente represivo. Aquí lo de fondo es que la pobreza, las drogas, la represión y la violencia, son una verdadera bomba de tiempo para toda la región.

Por ello, mi invitación es a volcar la acción de cada Estado a escuchar a estos jóvenes, a generar un proceso de diálogo que conduzca a políticas de inclusión sostenibles en el tiempo.

En el hermoso departamento que Dios me ha permitido gobernar estos últimos cuatro años, ya lo estamos haciendo, a partir de la ‘Estrategia Sucre Escucha’, mediante la cual hemos logrado intervenir a fondo, arrebatando ya miles de jóvenes a las drogas y a las organizaciones del narcotráfico.

Hoy podemos hablar de chicas y chicos que gracias a esta estrategia son gestores y multiplicadores de paz y convivencia. 

La clave está en las oportunidades.

Por ello, insisto, el mayor desafío que tiene hoy América Latina es el de superar los problemas de violencia, drogas y juventud. Es mas que un tema de represión; un asunto de oportunidades para una población que duplica las tasas de desempleo en relación con la población en general.

Es allí, en esas ciudades pequeñas o grandes, donde vivirá en el 2050 dos tercios de la humanidad. Allí, donde los gobernantes cumplen apenas tareas que promueven los gobiernos centrales.

Allí se decanta la vida y también la muerte. Allí nos podemos acostar tranquilos o con el credo en la boca, sin que este sea propiamente un dilema opcional. Allí llegan, como vientos de invierno, los rumores de cuchillos, balas o bombas, antes de que cumplan la macabra misión de acabar con la esperanza.

En ese sentido debemos, todos, darle vida a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, para este caso en concreto: el número 11, que apunta a lograr ciudades más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles y el número 16 que busca la paz y la justicia con el fortalecimiento de nuestras instituciones. Las cifras de inseguridad, al menos, no auguran una ruta optimista para estos Objetivos, pero debemos intentarlo con un pacto global que comprometa a organizaciones internacionales, gobiernos, empresas.

La ilusión podrá no comerse, como sentenció el veterano coronel de la novela de Gabriel García Márquez, pero siempre alimenta.

Y la nuestra por un mundo mejor, debe pasar necesariamente, por las urbes de calles y callejuelas y las razones que acechan su tranquilidad.

Debemos entender, en el marco del pacto que propongo, que la violencia no se detiene solo con las válidas y legítimas acciones de fuerza.

Entendamos que, si las naciones consumidoras no asumen con seriedad, el control y la prevención de la demanda de drogas alucinógenas que multiplica por diez la cadena previa de valor, todo esfuerzo será infructuoso. No hay ODS que valga si no extirpamos la violencia. La principal tarea por abordar es la de preservar la integridad, la dignidad y la esperanza. Es decir, La vida. 

Debemos entender en últimas, que tan grave como la violencia terrorista que preocupa válidamente a algunas de las sociedades representadas en esta magna organización, es la violencia criminal que acaba los sueños en nuestras calles.

Y al final, Cómo matar la Hidra. 

A traves de una revolución silenciosa, consistente, coherente y efectiva. Con mucha determinación de los gobiernos locales y regionales. Debemos superar los efectos nocivos que la reprensión y el prohibicionismo vienen dejando en nuestro territorio. Un poco mas de 100 años de lucha declarada contra las drogas nos han dejado mas violencia y mas consumo. Más jóvenes victimas y victimarios. 

Sin enfrascarse en el debate de la legalización y sus complejidades y reconociendo el fracaso de lo que hasta ahora han liderado los gobiernos nacionales y las organizaciones internacionales. Debemos los gobiernos regionales y locales tomar el toro por los cuernos. 

Integrarnos en una lucha colectiva por devolver la esperanza a nuestra juventud. Arrebatárselos de las manos a la violencia. Promoviendo mayor disponibilidad de oportunidades saludables. Promoviendo entornos protectores. Mas familia, más cultura, mas deporte. 

Escuchar, dialogar, brindar asistencia psicosocial, incluir económica y políticamente. Proteger, caracterizar la población joven, priorizarla en la acción del estado en todos los niveles. Tomar decisiones urgentes, articularnos, invertir e involucrarnos todos; para que con hechos le demostremos a nuestros jóvenes que realmente nos importan. 

 

 


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