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En un debate sobre Habitat III, desarrollado en Puerto Alegre y organizado por CGLU, al que hemos sido invitados, me ha llamado la atención la intervención de la vicealcaldesa de São Paulo, Nadia Campeão. Con una extraordinaria convicción, nos ha explicado como en esta metrópolis de 11 millones de habitantes, la municipalidad está luchando para combatir la pobreza y asegurar la sostenibilidad de la ciudad. En un momento de su intervención, ha asegurado que han conseguido reducir 4 horas a la semana el tiempo que la gente dedicaba a ir diariamente de casa al trabajo y del trabajo a casa. Cuando ha acabado su intervención, no he podido resistir la tentación de preguntarle cuantas horas al día dedica la gente de São Paolo a estos desplazamientos. ¡Cuatro horas diarias!

Un rápido recorrido por Google me ha permitido confirmar lo que ya sabía: la ciudad brasileña no está sola. En Bogotá la gente puede perder muchas horas en desplazamientos. También en Nueva York. México DF, según todos los indicios, se lleva la palma y el gobierno apunta que el tiempo perdido en los desplazamientos supone el 1,9 por ciento del Pib. El "emboutillage" de las ciudades africanas, por otro lado, ya es algo sabido, por no hablar del de Paris, Roma, Bruselas... Y, en este punto, creo que debemos empezar a plantear, y así se lo dije a la vicealcaldesa, no los problemas de sostenibilidad y de probreza de las ciudades, sino las ciudades como problema de sostenibilidad y de pobreza.

El trabajo immenso de tantos hombres y mujeres del mundo municipal nunca tendrá la recompensa que merece. Se promocionará la bicicleta y el transporte público. Se plantearán, si hay recursos, actuaciones integrales que regeneren espacios. Se harán parques y se plantarán árboles. Estas inacabables metrópolis, sin embargo, nunca serán sostenibles. Se harán esfuerzos ingentes en educación, en salud y en políticas sociales. La pobreza, sin embargo, no se puede acabar cuando las personas se acumulan por miles en barrios improvisados.

¿Estoy diciendo que este esfuerzo es baldío? No. Lo que sí digo es que, más allá de afrontar el problema, porque lo tenemos delante de nuestras narices, debemos hacer una reflexión con el angular más abierto. En el referido debate se ha dicho en diversas ocasiones y por parte de diversos ponentes que, en América Latina, el 80% de la población vivía ya en un mundo urbano. ¿Cuál será el porcentaje en el 2050? ¿El 90%? El porcentaje se refiere como un dato sin más valor... Yo, sin embargo, digo que este porcentaje es un desastre colosal, un desastre ecológico, para la seguridad, para la movilidad, para la salud y un sinfín de otras razones.

Frente a esto, las generaciones futuras, estoy seguro, se plantearán dejar las ciudades y retornar al mundo rural. Lo harán masivamente. No por ningún tipo de idealismo naturalista, sino porque se les hará insoportable perder cuatro horas al día para ir al trabajo. ¿Quién volverá al campo? Si las ciudades se convierten en el espacio invivible que, por momentos, parece van a ser, quienes primero van a volver al campo serán los ricos. Mientras, y en el mejor de los casos, en las ciudades habrá unos políticos batallando sin cuartel por mejorar las condiciones de vida de las personas. En el peor, las gestionarán políticos corruptos y navegarán a la deriva, viviendo en un mar de conflictos y de inseguridad.

¿Paisaje apocalíptico? Puede, pero muy probable. ¿Cómo evitamos que llegue? El trabajo dentro del límite urbano de todas las Nadia Campeão es imprescindible. Pero debe ir acompañado de una visión más global. El crecimiento de la ciudad se debe parar. El límite de hoy ya no se puede ampliar más. Necesitamos frenar el espacio urbano. ¡Ni un solo palmo más de territorio se debe urbanizar! Y el primer objetivo de todos los niveles políticos debe ser parar el éxodo rural. Retener a la gente en su tierra.

Las ciudades deben salir de su aislamiento. Deben adquirir consciencia de ser parte de un territorio, que les proporciona agua, alimento e identidad. El equilibrio territorial debe ser objetivo común. A las grandes ciudades, las deben complementar ciudades medias y pueblos. Y eso solo se consigue con infraestructuras y con servicios de calidad en todo el territorio. El mayor peligro está en que las grandes ciudades absorban todos los recursos, porque será un remedio que solo alimentará el problema. Para que las ciudades mejoren deben destinarse recursos y esfuerzos al desarrollo del territorio.

Y sería muy pertinente que empezara a pensarse en proyectos piloto por los cuales se facilita el retorno de la población al medio rural. Si la paz llega a Colombia, el retorno de los desplazados a sus territorios originarios podría ser, por ejemplo, un proyecto digno del apoyo de toda la comunidad internacional. Seguro, por otra parte, que lo agradecerían los que, en Bogotá, cada día pierden horas para ir al trabajo.

Carles Llorens

Secretario general ORU


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